Tadeux Borowski
Trabajamos bajo tierra y sobre la tierra.
Bajo techado y a la intemperie, usando palas, picos y
palancas. Trabajamos en la plataforma del tren cargando sacos de cemento,
colocando ladrillos o raíles del ferrocarril, vallando fincas, allanando el
terreno con nuestros pies. Ponemos los cimientos de una civilización nueva y
terrible.
Ahora sé que elevado precio pagaron otros en la antigüedad,
que crimen espantoso fueron las pirámides de Egipto,
los templos y las estatuas griegas. Cuanta sangre tuvo que derramarse
sobre las calzadas romanas, las fortificaciones fronterizas y los edificios de
las ciudades.
La antigüedad es la era de la explotación de los
esclavos.
Me acuerdo de como me gustaba Platón; hoy se que mentía,
porque los objetos sensibles no son el reflejo de ninguna idea, sino el
resultado del sudor y la sangre de los hombres.
Fuimos nosotros los que construimos las pirámides, los que arrancamos el mármol y las piedras de las calzadas imperiales.
Fuimos nosotros los que remábamos en las galeras y arrastrábamos alados
mientras que ellos escribían diálogos y
dramas; justificaban sus intrigas en el poder, luchaban por las fronteras y las
democracias.
Nosotros éramos escoria y nuestro sufrimiento era real.
Ellos eran estetas y mantenían discusiones sobre
apariencias.
No hay belleza si está basada en el sufrimiento humano.
No puede haber una verdad que silencie el dolor ajeno. No puede llamarse bondad
a lo que permite que otros sientan dolor.
¿Qué dice la historia antigua de nosotros? Sólo nos ha
legado la memoria del astuto esclavo de Terencio y Plauto, los tribunos del pueblo, los hermanos Graco y el nombre de
un esclavo, Espartaco.
Nosotros hemos hecho la historia, pero la historia narra
la vida de un criminal cualquiera, como Escipión o de simples hombres de leyes
como Cicerón o Demóstenes.
Nos entusiasma la matanza de los etruscos, la conquista
de Cartago o las traiciones, astucias y saqueos, la ley romana que hoy rige en el
mundo.
¿ que sabrá el mundo de nosotros cuando ganen los
alemanes?
Se levantarán enormes construcciones, autopistas,
fábricas y estatuas gigantescas.
Cada uno de sus
ladrillos llevará la huella de nuestras manos.
Nuestros hombros habrán llevado las traviesas y bloques
de hormigón y mientras tanto matarán a nuestras familias, a los enfermos y a
los viejos y a los niños.
Y nadie sabrá nada de nosotros. Los poetas, los juristas,
los filósofos y los sacerdotes silenciaran nuestro recuerdo.
Ellos se encargarán de crear la belleza, la bondad y la
verdad.
Ellos crearán una nueva religión.
Trabajamos en las fábricas y en las minas.
Hacemos un trabajo ingente del que alguien saca ganancias
increíbles.
Aquel de vosotros que sobreviva tendrá que exigir un día
una contraprestacion por su trabajo, no en dinero ni en mercancía sino en
trabajo duro y pesado de quiénes nos esclavizaron.
Cuando los pacientes y mis compañeros duermen tengo
tiempo para hablar contigo en la distancia.
Veo tu rostro en la oscuridad. Y a pesar de que hablo con una amargura y con
un odio que tu desconoces, se que me escuchas con atención.
Eres parte de mi destino, solo que tus manos no están
hechas para el pico, y tu cuerpo no está acostumbrado a la sarna, pero nos une nuestro
amor sin límites de los que han quedado atrás,
aquellos que vivieron para nosotros y forman parte ya de nuestro mundo.
Los rostros de nuestros padres de nuestros amigos, las formas de los objetos
que dejamos en nuestro hogar y todavía queda la cosa más valiosa que podemos
compartir , la supervivencia.
Y si nos redujeran a unos cuerpos tendidos en el camastro
de un hospital, aún nos quedarían nuestros pensamientos y sentimientos.
Creo que la dignidad del hombre reside en sus
pensamientos y sentimientos.
Lo siento, pero yo no quiero ser emperador, ese no es mi
oficio.
No quiero gobernar ni conquistar a nadie, sino ayudar a
todos si fuera posible, judíos y gentiles, blancos o negros. Tenemos que
ayudarnos unos a otros. Los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a
los demás, no hacerlos desgraciados. No
queremos odiar ni despreciar a nadie.
En este mundo hay sitio para todos, la tierra es rica y
puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y
hermoso pero lo hemos perdido.
La codicia a envenenado las armas, a levantado barreras
de odio, nos a empujado hacia la miseria y las matanzas. Hemos progresado muy
deprisa, pero nos hemos encarcelado nosotros.
El maquinista que crea abundancia nos deja en la
necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos, nuestra inteligencia
duros y secos; pensamos demasiado y sentimos muy poco. Más que máquinas
necesitamos humanidad. Más que inteligencia tener bondad y dulzura. Sin estas
cualidades la vida será violenta, se perderá todo.
Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos.
La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad humana.
Exige la hermandad universal que nos una a todos
nosotros.
Ahora mismo, mi voz llega a millones de seres en todo el
mundo. A millones de hombres desesperados, mujeres y niños, víctimas de un
sistema que hace torturar a los hombres
y encarcelar a gentes inocentes.
A los que puedan oírme, les digo:
No desesperéis, la desdicha que padecemos no es más que
la pasajera codicia y la amargura de hombres que temen seguir el camino del
progreso humano. El odio de los hombres pasará y caerán los dictadores y el poder que le
quitaron al pueblo se le reintegrará al pueblo y así, mientras el hombre
exista.
La libertad no perecerá .
Soldados, no os rindais a esos hombres que en realidad os
desprecian, os esclavizar, os reglamentar vuestras vidas y os dicen lo que
tenéis que hacer, que pensar y que sentir, os borran el cerebro, os ceban, os
tratan como a ganado y como carne de cañón.
No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres
máquinas con cerebros y corazones de máquinas.
Vosotros no sois máquinas, no sois ganado, sois hombres.
Lleváis el amor de la humanidad en vuestros corazones, no
el odio
Solo los que no aman, odian; y los inhumanos.
Soldados, no luches por la esclavitud sino por la
libertad.
En el capítulo diecisiete de San Lucas se lee: el reino
de Dios está dentro del hombre. No de un hombre ni de un grupo de hombres, sino
de todos los hombres, en vosotros.
Vosotros, el pueblo, tenéis el poder; el poder de crear
máquinas, el poder de crear la felicidad.
Vosotros, el pueblo
tenéis el poder de hacer esta vida libre y hermosa, de convertirla en
una maravillosa aventura.
En nombre de la democracia utilicemos ese poder actuando
todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los
hombres trabajo y dé a la juventud un futuro y a la vejez seguridad.
Con la promesa de esas cosas las fieras alcanzaron el
poder, pero mintieron, no han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán.
Los dictadores son libres sólo ellos pero esclavizar al
pueblo.
Luchemos ahora para hacer nosotros realidad lo prometido.
Todos a luchar para libertar al mundo, para derribar
barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia.
Luchemos por el mundo de la razón, un mundo donde la ciencia, donde el progreso
nos conduzca a todos a la felicidad.
Soldados, en nombre de la democracia debemos unirnos todos.